Julián Horta es un luchador olímpico huilense. Estudia Educación Física en la Universidad Surcolombiana. Si bien es agradecido con los triunfos que le ha dado Dios, no le gusta perder. Entrena para llegar a los Olímpicos de París 2024, entre otras competencias. Va por el oro, siempre, en todo, con toda.
Por: Juan Guillermo Soto M.
Juliana corretea sobre las colchonetas. Lo hace cuando los deportistas toman breves descansos, entre un ejercicio y otro; salta, cae, se levanta de la colchoneta, corre hacia su padre, quien la besa y la anima a que siga saltando sobre la lona, luego vuelve y corre en dirección a su madre, quien la espera por fuera del perímetro de lucha. Antes de incorporarse en su siguiente ejercicio, Julián se despide una vez más de su hija; la visualiza grande, como lo hace consigo mismo, quizás venciendo a sus oponentes, si es que también decide tomar el camino de su padre.
La actividad en la lona nunca cesa. Incluso luego de cada ejercicio los luchadores siguen en movimiento. No han pasado dos minutos cuando el silbato anuncia el siguiente ejercicio. Si bien se advierte armonía, jovialidad y gozo entre ellos, la disciplina y entrega con la que hacen cada ejercicio es casi religiosa, “la repetición de la repetidera de un suceso que va a suceder”, resaltaría horas después Julián, haciendo referencia a la constancia con la que cada luchador debe repetir ciertos ejercicios, ciertos pasos, de tal forma que su ejecución, luego en el círculo de combate, se haga de manera tan perfecta y natural como quien inhala y exhala el aire que respira.
Son jóvenes de diferentes edades y pesos. También hay algunas mujeres. Hacen parte de la Liga Huilense de Lucha y entrenan, desde hace poco más de un año, en el polideportivo del barrio las Palmas, pues las instalaciones del Inder Huila, donde antes entrenaban, están en adecuación. “Entreno todos los días, dos veces al día, de lunes a sábado. En la mañana entrenamiento físico (gimnasio, pesas) y en la tarde trabajo técnico. Sumado a esto, está el tema de mis estudios… Hoy, por ejemplo, entrené a las seis de la mañana, salí a las siete y media, me alisté y me fui para clase a la universidad; salí a las once, almorcé al medio día y a las dos de la tarde me vine a entrenar, hasta las seis. Es mi rutina diaria”, resaltó Julián.
A sus escasos 22 años, ya ha sido campeón de lucha grecorromana en los Juegos Nacionales del 2019 y en el Campeonato Panamericano del 2020 y 2022, “en el 2020 la primera pelea fue contra Ecuador, la segunda contra Brasil, tercera contra Estados Unidos. Las gané todas”; este encuentro le dio boleto a los Juegos Olímpicos de Tokio, 2020; es selección Colombia de Lucha, estudia Educación Física en la Universidad Surcolombiana, “aunque llevo como cinco años en primer semestre”, y, tiene esposa y una hija.
El elevado nivel de exigencia de su entrenamiento le ha impedido avanzar en sus estudios. Matricula pocas materias y cursa las que puede, cuando está en Neiva, porque viaja con frecuencia, por ejemplo, cuando es convocado por la selección Colombia, a concentración, entonces tiene que entrenar en Antioquia, o a veces en otros países, durante semanas. “Pero ahí voy. Yo me caracterizo por ser muy perseverante y sé que me voy a graduar de la universidad, no sé cuándo, pero lo haré. Sé que el deporte es un cuarto de hora y estoy aprovechándolo al máximo, pero también quiero estudiar, terminar la carrera; me visualizo grande, como campeón olímpico y, en un futuro, como profesor de la Universidad Surcolombiana”.
Si no fuera por su perseverancia, rayana en la terquedad, no llevaría esos 13 años de su vida entrenando lucha. Pero además de su constancia y disciplina, Julián ha tenido otra gran maestra. No quiere verla ni en pintura, pero cuando llega lo hace para dejarle grandes enseñanzas y motivaciones.
Maestra de lucha y de vida
“La derrota. A mí no me gusta perder. Sin embargo, aunque Dios me ha dado la oportunidad de cosechar grandes triunfos, son más las veces que he perdido”.
Julián entró en el mundo de la lucha a los 9 años, en el año 2009. Su hermana lo llevó a un entrenamiento. Al principio casi no le gustó, salvo por la recocha y el ambiente de juego con el que se suele atraer a los niños a este deporte. En el año 2012 tuvo su primera competencia nacional, en Medellín, en un torneo modalidad infantil, “…y perdí. Sin embargo, esa primera derrota hizo que me enamorara de este deporte; me generó esa rabia y al tiempo ese anhelo de revancha, de querer volver a intentarlo, entonces me dije: me voy a preparar mucho mejor para ganar, y eso me hizo cogerle amor al trabajo duro y constante en la lucha”. A partir de esa derrota empezó a entrenar con más juicio y disciplina, dejó actividades de niño, como jugar en la calle, videojuegos, televisión… “yo prefería venir a entrenar lucha, quería subir mi nivel, veía muchos videos, me visualizaba grande”.
En el 2013 ganó su primera medalla de oro, en un nacional infantil, en Pereira. Su primera medalla como luchador modalidad greco (empezó en la lucha libre pero luego se enamoró de la grecorromana). Eso lo motivó a entrenar aún más. En el 2014 pasó a otra categoría, de 17 a 20 años, “y perdí. Gané bronce. Sí, sí, yo sé, pero lo que pasa es que… yo siempre voy es por el oro, y cuando no gano oro siento como si hubiera perdido. No soy desagradecido con la vida. Dios, poco a poco, me ha ido dando los triunfos que he querido… siempre voy por el oro, aunque también las derrotas han sido una oportunidad de mucho aprendizaje, crecimiento personal y motivación”.
Quizás los triunfos más determinantes de su carrera fueron las medallas de oro en los Juegos Nacionales (2019), el evento deportivo más importante de Colombia, que se realiza cada 4 años; y el ser campeón panamericano (2020-2022) siendo el primero su boleto a los Juegos Olímpicos de Tokio. Allí su maestra, la derrota, severa e implacable, de nuevo lo abrazó:
“Tokio me cambió la vida… no sé cómo explicarme. Pasar de ganar acá a nivel nacional, y medio dar resultados a nivel internacional, para luego ir a Juegos Olímpicos, el evento más grande del mundo, es un cambio complejo y drástico. Fue difícil para mí manejar esa presión. El nivel allá era muy duro. Competí con campeones olímpicos. Yo allá no era nadie; mis expectativas eran muy altas porque yo siempre he sido muy juicioso entrenando, me dedico 100% a esto; mi esperanza era hacerlo bien, lograr algo, pero creo que ni si quiera logré hacerlo bien”. Sumado a esto, Julián tuvo que hacerle frente a toda clase de comentarios y críticas sin fundamento, por redes sociales, de personas que desde la comodidad del sillón de su sala, y de su dispositivo móvil, suelen tener por oficio criticar el trabajo de los otros. Sin embargo, sigue cosechando triunfos, y en cuanto a la adversidad y a la derrota estas lo siguen haciendo más fuerte y aún más perseverante en sus propósitos.
Actualmente se está preparando para la primera Copa Colombia Clasificatoria a los Juegos Nacionales. Será en Pitalito Huila, del 16 al 19 de marzo; en mayo, sigue el Campeonato Panamericano Mayores, en Argentina; luego los Juegos Centroamericanos, en junio, en el Salvador; en septiembre el Campeonato Mundial Clasificatorio a Juegos Olímpicos de París 2024, en Serbia; en noviembre los Juegos Panamericanos en Chile y, en ese mismo mes, los famosos Juegos Nacionales. Sumado a esta apretada agenda están sus intentos de avanzar en su carrera, y, sacar adelante a su familia: su esposa Giseth Ruiz y su hija Juliana.
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Cae la tarde. El entrenamiento termina con unas cuantas series de escalada: una soga amarrada al techo del polideportivo, a unos 10 metros de altura, si no más. Luego sigue el estiramiento, muy importante para evitar lesiones. En dicho proceso, los fisioterapeutas que acompañan este proceso hacen un trabajo personalizado con varios de los luchades de la liga. Juliana vuelve y renueva su correteo por las colchonetas en donde estiran y masajean a su padre. Giseth, su esposa desde hace 6 años, lo aguarda y sigue a su hija. Destaca que “Julián siempre ha sido muy dedicado a su deporte, se esfuerza, trabaja duro, es una persona muy joven, entonces yo pienso y espero que llegue muy lejos”. También sus entrenadores auguran éxitos para su pupilo, sobre todo en el camino hacia su más anhelado triunfo: ser campeón olímpico. “A veces se frustra por no lograrlo, por ejemplo, como le pasó en Tokio, pero lo importante es que nunca desfallece. Está siempre ahí, mentalizado en que va a lograr algo grande, y, trabajado duro por ello”, señaló Miguel Ipúz González, quien lo ha entrenado desde que tenía 10 años. En la misma dirección, su otro entrenador, el cubano Francisco Borrero, afirmó que “él tiene el potencial para estar entre los mejores del mundo porque es un atleta disciplinado, consagrado al deporte, tiene el apoyo de la familia, también de sus entrenadores… creo que tiene derecho al triunfo”.
Luego de haber terminado otra larga jornada de duro entrenamiento, Julián regresa a su casa con su esposa y su hija. El domingo, como es habitual, saldrá con ellas a río, a algún parque, a comer algo, “lo que ellas quieran”. El lunes volverá a “la repetición de la repetidera de un suceso que va a suceder”, esperando a que en el 2024, en París, ese anhelado suceso al fin suceda.