Casas culturales en Neiva: flores sobre las piedras

Dos flores: “Corporación Cultural Alarte” y “Casa Cultural La Madriguera”. Un sueño común (¿quizás el deja vú del gestor cultural latinoamericano?): una ciudad que se busca y se encuentra y se pierde y de nuevo se busca en el seno del arte. Los motores del sueño: la necesidad, el compromiso, el encuentro, un vientre materno común. Los soñadores: jóvenes, cuchachos, adultos menores, sanchos y quijotes hacedores de ciudad.

Por: Juan Guillermo Soto M.

Casas culturales en el valle de las tristezas. Flores sobre las piedras: un coctel de realismo mágico y fe. Hoy los neivanos ya tenemos la posibilidad de beber dicho coctel, una vez más (ya les hablaré del deja vu). La Casa Cultural la Madriguera y la Corporación Alarte son dos proyectos culturales nacidos recientemente en la ciudad de Neiva, liderados en su mayoría por profesionales, egresados y estudiantes de la Universidad Surcolombiana.

Estos lugares hoy constituyen un oasis en el mencionado Valle; allí, públicos, creadores, gestores y ciudadanos de a pie se pueden encontrar en torno a diversas manifestaciones artísticas locales, nacionales e incluso internacionales; por otro lado, un espacio para el diálogo y el encuentro de ciudadanos cada vez más activos y críticos alrededor de procesos políticos, ambientales, feministas, académicos, entre otros. 

La Madriguera nació en el año 2020; luego de rodar por varios espacios de la ciudad, en el 2021 se anidó en el barrio Sevilla. Alarte nació el 4 de octubre del año 2021, justo la fecha en la que firmaron contrato de arrendamiento, una casona ubicada por la calle 14 con 5, grande, abandonada, hoy en día rebosante de color, ecos y movimiento. Según dos de sus integrantes, las casas culturales son “centros en los que se desarrollan procesos artísticos y que en ocasiones, con el tiempo, en algunos municipios se convierten en secretarías de cultura, o, por el contrario, en las alternativas de expresión artística y cultural contra-estatales”: Jhorman Farfán; “espacios en los que el arte y la cultura cuentan con las condiciones óptimas (o se está en la búsqueda de las mismas) para ser compartidas con las personas; allí, los artistas y líderes de diversas manifestaciones culturales pueden tener un lugar especial para compartir sus obras y procesos”: Juan David Cáceres, miembros de Alarte y la Madriguera, respectivamente.

Si bien estas son las flores recién paridas en el Valle de las Tristezas, no está de más intentar trazar la ruta de sus predecesoras. La existencia de las mismas, décadas atrás, sugiere que en un tradicional contexto de aridez, limitada oferta cultural, y escasez de recursos, siempre ha habido un puñado de tercos soñadores rebosantes en ideas y ganas y comprometidos no solo con las diferentes artes que los apasiona sino también con la creación de espacios para el encuentro ciudadano en torno a dichas artes.

Las primeras casas culturales

Al parecer uno de los primeros antecedentes de casas culturales en Neiva fue la Casa de la Cultura Sociedad Cooperativa. Aunque se desconoce la fecha de su creación, se estima que desde comienzos de la década de los 70 reconocidos escritores y gestores culturales hicieron parte de este proyecto, como el escritor Humberto Tafur Charry, el pintor Emiro Garzón, el dramaturgo y gestor cultural Álvaro Gasca, el pintor Filomeno Hernández, entre otros gestores como Misael García, Guillermo Liévano y Libardo Medina. Guillermo González, actual funcionario de la Secretaría de Cultura Departamental, fue uno de los últimos que lideraron el espacio.

Si bien no contaban con una casa cultural propia, tenían una pequeña oficina ubicada en el antiguo edificio Diego de Ospina, conocido también como el edificio de la Beneficencia del Huila, por la carrera 4 entre calle 9 y 10. “Desde allí coordinábamos diversas actividades culturales. Teníamos un cine club, muy exitoso, el cual mantuvimos por muchos años; proyectábamos en el Teatro Pigoanza (con proyector de 35 milímetros y con uno de 16 para los pueblos y barrios). Hacíamos peñas culturales en las que tenían lugar la música, el teatro, la danza; de hecho, esta Casa Cultural fue el germen de algunas escuelas de formación, como la Escuela de Teatro del Instituto Huilense de Cultura, dirigida por Álvaro Gasca; también fue el germen de buena parte de las casas culturales que se crearon en varios pueblos del departamento”, recuerda Guillermo González, quien afirma que este espacio duró, quizás, hasta mediados de los años 80.

A partir de esta experiencia, en la década de los 90, surgen otras casas culturales como Casa Teatro, Casatheus, y, Guadajira. La primera fue fundada en el 1992 por Álvaro Gasca; durante 26 años funcionó en el Barrio Altico de Neiva y en el 2017 se trasladó a la zona rural, Corregimiento Río Ceibas. Además de las innumerables obras de teatro que allí tuvieron lugar, y su tradicional festival de narración oral Viva la Palabra Viva, Casa Teatro fue también uno de los pocos espacios que acogió la naciente escena de rock local a finales de los años 90, cuando esta no contaba con lugares para sus conciertos y los pocos bares de rock que se abrían eran cerrados por la Policía bajo el argumento de “son lugares propicios para el expendio de drogas y para la adoración a Satán”, como lo destacó el filósofo y líder de la desaparecida banda de Death Metal Disoluto, Carlos Pabón.

Casatheus, fundada en 1991 por Alfonzo Orozco y Luz Marina Barrios, también contó con espacio físico. Su primera sede quedaba en la Calle 5 con carrera 5. Era una construcción en madera erigida por el arquitecto y escultor Álvaro Zarama; en el año 95 un globo cayó en el lugar y lo quemó por completo; “en el año 96 nos instalamos en otro espacio ubicado en el barrio Los Mártires; en el año 2000, cerca de la Plaza de San Pedro, y en el 2004 cerramos por completo la sala, ¡pero no nuestras actividades!, entre las cuales cabe destacar los procesos de formación artística con niños y jóvenes del barrio las Camelias (Comuna 10), la puesta en escena de innumerables obras de teatro, y la formación y gestión artística en el Caquetá y en Puerto Asís, Putumayo.

Guadajira fue otro de esos grupos de teatro de los años 90 que surgió junto a Teatro Imagen (Casa Teatro), Tablados, Parapeto de Loro, y luego creó su propia casa cultural en el año 1993, la cual se ubicó en la calle 13 entre carrera 5 y 6; luego en la Estación, en el año 1995, enseguida de Caldos el Taxista, por la Calle 16 No. 8-15. “En el año 2006 cambiamos nuevamente de sede y en el año 2020, en el marco de la pandemia, nos vinimos para la Ulloa; aquí abrimos de nuevo la Sala de Teatro Guadajira Rural”, destacó María Eugenia Naranjo, líder de la Sala. 

Si el sueño de algunos jóvenes melómanos universitarios suele ser abrir un bar, el de un  joven artista y gestor es tener su propia casa cultural. Como ya se advirtió, la puesta en marcha de este sueño común, sus principales motores: la necesidad, el compromiso, el encuentro. La necesidad de ofrecerle a la ciudad, a los artistas y a sus públicos, un espacio para mostrar sus obras, para crearlas, destruirlas o deconstruirlas, para crearse a sí mismo y en colectivo en el seno del arte; el compromiso, altruista, de los gestores cuando convierten su casa cultural en su proyecto de vida e invierten en este todo su capital económico, emocional e intelectual para que la casa esté siempre activa, un corazón siempre latiendo; el encuentro es un pacto que se sella entre los gestores y sus públicos. Un pacto entre la ciudad consigo misma. Todos sus actores se necesitan y se retroalimentan en el encuentro, la chispa que puede encender la hoguera de la creación de sentidos y de experiencias de vida.

Pero no todo es color de rosa. Un cuarto e histórico elemento: el dinero. No es fácil sostener económicamente el sueño. ¿Cómo se vive hoy en día la experiencia de las casas culturales y los factores recién descritos?  

Las casas culturales hoy

Quizás otro de los elementos que caracterizan a una casa cultural es la constancia en sus actividades. En tal sentido, cuando uno se pregunta por casas culturales en Neiva, con programación asidua, tanto gestores como ciudadanos de a pie reconocen cuatro: La Madriguera, Alarte, El Patio, y Casa Teatro (si bien esta última, desde que se trasladó para una zona rural, ha perdido bastante contacto con públicos juveniles y universitarios, aún continúa ofreciendo actividades culturales).

Todos estos espacios comparten el impulso de las motivaciones señaladas. Sin embargo, cada una tiene enfoques diferentes. La Madriguera tiene tres líneas de acción. 1. Formativa: talleres de escritura, arcilla, dibujo, títeres, fotografía, a través de los cuales procuran ofrecer estas actividades a la ciudadanía interesada y, al tiempo, poyar a los artistas que dedican su vida a estos oficios. 2. Circulación: espacio para la presentación de artistas y circulación de obras. 3. Producción audiovisual: hay un equipo de trabajo que  hace contenidos propios y presta servicios en esta línea (cabe resaltar a Lumiere, un espacio dedicado a la fotografía análoga).

El fuerte de Alarte es el teatro, con su colectivo escénico Teatro Experimental Peripecias. Pero su accionar también abarca varios ejes. 1) Investigación artística y cultural, para reconocer los saberes tradicionales. 2) Formación artística para reflexionar sobre las problemáticas propias de la vida. 3) Producción estética como una de las partes comunicativas y formativas del ejercicio artístico. 4) Circulación artística, para ubicar nuestra aldea en la esfera de lo local a lo global. “Ahora bien, este es un camino largo, con un norte muy profundo que apenas estamos iniciando”, destaca Jhorman Farfán.

Deja vu

La cabeza del deja vu: “oye, sería genial tener un espacio en el que artistas, públicos, gestores, podamos encontrarnos y a través del arte pensar, reflexionar y transformar nuestra propia condición humana contemporánea…”; 20 años antes, o después, la cola del deja vu: “oye, sería genial tener un espacio en el que artistas, públicos, gestores, podamos encontrarnos y…”

Las casas culturales son un órgano viviente y conveniente. Nacen, se reproducen (en pequeñas proporciones) y mueren; responden a las necesidades estéticas, políticas, comunicativas, e intelectuales del momento. Según el testimonio de las personas que lideraron casas culturales ya desaparecidas en la ciudad, quizás el declive de las mismas está directamente relacionada con una de sus virtudes: la autogestión como forma de sostenimiento. La misma constituye una virtud en cuanto a que les permite total autonomía estética y moral para albergar en un mismo espacio todo tipo de manifestaciones artísticas, políticas, intelectuales (incluso transgresoras, divergentes y contradictorias entre ellas), atravesadas por una ética muy radical: las obras y los artistas como protagonistas y no como telón de fondo para el consumismo. En palabras de Alejandro Ospina, integrante de la Madriguera, “tratamos de huirle a la idea de que toda relación que se genere en la casa se vuelva de carácter comercial o entre en esa lógica de mercado cultural”.

En este sentido estas casas culturales, económicamente, se sostienen con servicios de cafetería, monetizando algunos de sus productos y  procesos culturales (los cuales  no siempre son rentables porque muchos de ellos se constituyen en novedades y propuestas de vanguardia por lo general poco masivas e incomprendidas en su momento), pero siempre cuidando el protagonismo y las condiciones óptimas para los artistas, sus obras, y para el diálogo de estas con el público.

Otros espacios como El Patio, Restaurante – Casa Cultural, le apuestan a mantener sus agendas culturales en pie y a la par sostenerse económicamente con los servicios de su restaurante para garantizar la supervivencia del lugar: “en Colombia no es fácil apostarle al arte o la cultura, en mi opinión, entre muchas otras cosas, por una idea sesgada contra la importancia utilitarista de estos conceptos y porque de otra manera no es fácil vivir de la buena voluntad”, resalta Jorge Arce, Cabeza principal de El Patio, quién además agrega otro elemento importante a la hora de caracterizar las casas culturales: participación.

Cada Casa Cultural tiene su enfoque y formas de sostenimiento. Lo cierto es que todas convergen en lo fundamental: compromiso, encuentro, participación, altruismo, amor, las piedras más sólidas y fértiles de la ciudad.

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