El hamaquero, la tertulia y la herida correcta

Acabo de terminar de leer el libro El hamaquero y la tertulia del poeta. Sin embargo, no estoy parado en la última hoja del libro sino en la mitad. Me di cuenta de que este era el fin de mi viaje como lector cuando pasé a la siguiente página y leí el título de su segunda parte: Ensayos, reseñas y misivas; entonces recordé que semanas atrás, cuando abrí por primera vez el libro, lo había empezado a leer desde allí, desde su segundo apartado.

Por: Juan Guillermo Soto Medina

Fotografía: Jairo Ruiz Sanabria

Ahora que termino de leer las últimas líneas del primer apartado, justo la mitad del libro, el fin de mi viaje, la cabeza de la serpiente casi mordiendo su cola a las doce en punto… ahora que me embriaga ese coctel de emociones que tiene lugar cuando terminamos una buena novela, una buena historia, sentimiento que pendula entre la nostalgia y la dicha, entre la esperanza y el abandono, pienso que el capricho de empezar este libro donde lo empecé me llevó a la herida correcta; cada lector debe encontrar la suya y cada libro, si es bueno, debe llevar a ella. Les compartiré algunas palabras sobre la mía, a través de El hamaquero y la tertulia del poeta, el nuevo libro de Juan Carlos Acebedo.

Un relato común

Hoy en día las fronteras entre los géneros periodísticos, así como entre los literarios, son líneas. A veces muy borrosas. En el libro El hamaquero y la tertulia del poeta, compuesto por textos de diversa índole: perfiles, crónicas, ensayos, reseñas, sus fronteras también son sutiles. Quizás esto se acentúa con la certeza que uno tiene, como lector, de estar atestiguando la narración de una sola historia, no importa desde qué género periodístico esté parada. Se trata de la historia de un grupo de amigos que desde la década del 70, hasta mediados de los 90, se cruzó en la ciudad de Medellín en torno a la creación literaria y periodística, a la producción editorial, y a la gestión cultural guerrerita, es decir la que se hace con las uñas y con el alma.

En este universo, sus personajes, lugares, motivaciones y conflictos, se cruzan en cada relato. Algo que Shakespeare le dejó a la novela moderna, la posibilidad  de conocer a los personajes no solo a través de la visión que exponen de sí mismos sino también a través de la visión que los otros tienen de él, es algo que podemos encontrar en este libro de Juan Carlos Acebedo. De esta manera, conocemos el retrato del poeta José Manuel Arango, del mediador cultural Gustavo Zuluaga (conocido como el Hamaquero), del periodista y novelista Juan José Hoyos, y del poeta Jaime Jaramillo Escobar (conocido como X- 504) a través de la experiencia y la mirada que el propio Juan Carlos tiene de estas personas, sus amigos entrañables, pero también a través del relato que cada amigo tiene del otro, más aún cuando estos tuvieron similares puntos de encuentro: la tertulia literaria de Copacabana y del Jardín Botánico, el taller de poesía de Jaime Jaramillo Escobar, la librería  Este lugar de la noche, los programas radiales Sol nocturno y Defensa de la Palabra, las revistas Imago y La Musa Sonámbula, entre otros proyectos.

La herida correcta

Haber leído primero la segunda parte del libro: “Ensayos, reseñas y misivas”, me permitió un acercamiento a las obras de estos autores y luego, en el primer apartado, a los seres humanos que las escribieron. El recorrido, tanto en la primera parte como en la segunda: un vuelo tranquilo y sin turbulencias, aunque intenso y por momentos conmovedor.

Con una prosa muy clara, limpia y desprovista de adornos y visajes, cual viajero del tiempo, tiempos pasados, Juan Carlos nos lleva a diversos lugares de Medellín: en la década de los 70, por ejemplo, nos invita a sentarnos en un andén de la avenida La Playa, como un transeúnte más de esta ciudad, a observar al Hamaquero; lo vemos vender las hamacas que nunca aprendió a tejer, acostado en una de ellas leyendo toda la literatura que pasaba por sus manos. En ocasiones, el autor nos deja bien instalados en dicho andén, o en la banca de alguna tertulia literaria, y luego se va a conversar con algunas de estas personas, sus amigos, sus maestros; con mucha prudencia, de vez en cuando Juan Carlos se integra a la historia contada, que también es su propia historia de vida, y luego vuelve a nuestro lado para seguir contándonos el resto.

No puedo irme sin resaltar que el acercamiento a la vida y a la obra de estos escritores, y a la vida del mismo Juan Carlos Acebedo, el retrato de varias generaciones condensado en este libro, es producto de un arduo trabajo investigativo, un ejercicio de reconstrucción de memoria a través de los testimonios de sus amigos y de diversas personas que de alguna manera tuvieron un rol importante en dicha historia.

Finalmente, insisto, el capricho de empezar este libro donde lo empecé me llevó a la herida correcta: las ideas y las pasiones compartidas, por lo general entre un reducido grupo de amigas y amigos, en pro de ellos mismos y de otros cuantos tercos, sientan las bases de una ciudad, de una sociedad que no teme quebrar, poco a poco, el espejo de una cultura normativa y conservadora. Lo poético de este libro, que no está en sus letras sino detrás, y es aquello lo que condujo a mi correcta herida, fue constatar que lo que hicieron Juan Carlos y sus amigos en Medellín, lo que hicieron Andrés Caicedo y su parche en Cali, y muy seguramente parches análogos en otras ciudades, es lo mismo que hemos hecho acá en Neiva, por ejemplo, a manos de parches como los de Asfalto Trazos Urbanos, y ahora con los amigos y amigas de La Madriguera. Constatar en este libro que en diferentes ciudades, tiempos  y espacios, algunos parches hemos estado lanzándole a la ciudad las mismas piedras, es algo que me conmueve y que celebro. Es algo que me lleva a la herida correcta. La mía, la nuestra.    

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